Mi insistencia
2022.09
Insisto en escribir. Pienso que nada tiene un sentido más auténtico. Escribir, decir, comunicar. Pienso que la palabra adquiere un poder tan desbordante como las circunstancias que nos crearon: así como hemos venido de un fortuito impulso de la naturaleza, arrojados al ser en el mundo de un modo extraordinario —o al menos eso creemos—, cualquier oración brota de una vaga inspiración y luego salta hacia fuera como una maravilla (frecuentemente inadvertida) capaz de inquietarnos a nosotros mismos. Y si nuestro más claro sentido es estar aquí, y quizás solo sea ese, la palabra ha de ser escrita o dicha para redimirse.
El ser humano no es el único animal social ni el más conciente de ello; pero la sociabilidad de nuestra especie tiende a ser superior por nuestra capacidad de redefinir su estructura a partir de imaginarios instituyentes, y no por mero instinto. Hay una búsqueda nueva de sentido —o una recuperación—, en nosotros y en el nosotros, que surge del atributo más poderoso que tenemos: el pensamiento. Es aquí donde se inaugura la libertad de la especie humana, una condena que en la edad del Universo ha tardado solo un instante.
La palabra (escrita, dicha o gestuada) viene a ser el núcleo de ese pensamiento. Viva a partir de la experiencia, ya por asombro o por espanto que siente el ser humano, construye una conducta y un conjunto de relaciones nuevas que son precisas cumplir por la especie para perseverar en la naturaleza. En ese desarrollo, luego, alcanza una evolución que sale del primer mundo de los conceptos —o de las sombras del mundo— y alcanza el cosmos del imaginario vivo, un reino donde se echa luz (que es un dar sentido) a lo que está en ruinas o todavía no existe.
La libertad, pues, no puede existir sin la palabra, que es el magma donde brotan todos los nuevos mundos. La libertad no tiene fuerza si no se conoce la historia de la servidumbre, que está tejida con cicatrices traducidas en palabras. La libertad no tiene sentido si no podemos nombrarla, si con ella misma no podemos nombrar las cosas.
Pues sería un esfuerzo inútil —para quien lo intente— atrapar a esa libertad. «Estamos condenados a ser libres» porque no hay forma de atrapar a la palabra. El silencio también habla; la engorrosa rutina, el desespero, la ira, son un testimonio ineludible que se escribe cuando la libertad falta: y cuando esto ocurre, y las voces se llenan de cicatrices y claman justicia, la palabra desborda su fuerza y comienza a escribir un mundo nuevo. La poesía, que es la forma más universal de la palabra, será la garantía de que ese mundo sea el mejor posible.
Pienso en esto mientras hay otros que fuerzan el silencio. Hay un hecho severo también en cercenarle la palabra a quien la convierte en su arte u oficio. Escribo mientras pienso en ellos, en mí y en nosotros, y en que un mundo nuevo está por ser escrito a pesar de todo. Sigo insistiendo.