Discurso de isla
2023.07
Por detrás de mí hay varios años de negarme a mí mismo. Un yo que acusó a otro yo de volver a ser yo y viceversa. Negación de la afirmación y al contrario, reafirmación por oposición de un mismo ser incurable, inconstante, alterado.
Cuesta definirse (entenderse) en tales términos si se quiere llegar a otro sitio.
Por eso al fin me decidí a ser isla. Desde luego, comprendo que no se trata más que de una cuestión de lenguaje: aquí soy yo con estos significados que se han abierto de pronto para enunciarme del modo más conveniente. Sí, soy isla por la virtud de la palabra, más que por un cuño inquisitivo delineado por la tinta. Soy de los isleños que se arropan con la circunstancia maldita, y en ella respiran y se miran con la temeridad de una bestia que no sabe su nombre. Mi único nombre, aquel que elegí después de nacer, es este rodeado de agua por todas partes.
En este minúsculo espacio de la palabra y el Universo, aquí, con las manos de hace siglos y los ojos de mañana, se abre esta oscura isla de selva indomable, este refugio de cuevas y cigarras, de misterios que no se sabe de dónde provienen y a dónde alcanzan. Y se va perdiendo la noción del tiempo, y con ella se pierde la memoria, y sin memoria no sabemos ya dónde estuvimos, y luego el mar nos parece un paisaje empecinadamente pequeño y al borde de lo infinito; sí, allí estuvimos hace un tiempo, despedimos a una gaviota que extrañaba a las olas, pero volvimos a la tierra que no se acaba porque no sabemos ni siquiera su nombre, aunque algunas veces le llamemos isla.
Estas manos ya son viejas. Recién ayer cosieron una parrafada y terminaron cansadas como si el lenguaje fuera todo un ropaje antiguo, largo pero remendado hasta sobre los remiendos, y como si volver a coserlo se tratara de una labor titánica, para luego vestir la vanidad de la especie que ni siquiera se toca los bolsillos. Claramente, estas manos son de hace siglos y las tomé con soberbia para estremecer un poco la rutina de esta longitud inagotable: porque habitar una isla suma el desafío de repetirse a uno mismo como el interminable mar verde que lo llena todo antes de que surja el azul, y unas manos viejas pueden hacer la diferencia.
Mis ojos conocen con dificultad la dimensión del presente y se pierden fijamente hacia el alba. Tal vez esta necedad del tiempo de igualarlo todo hace que la gravedad de los pasos se confundan con el transcurso del árbol y no con el sombrío derrumbe de la piedra hacia el origen. Pues allí donde ven estos ojos se rehacen todos los tiempos, se unen las edades antagónicas que no obstante respiraron la misma maldición del agua, y ven que el tiempo es otro preso de la isla, un reo marcando día sobre día, como si cada uno fuera idéntico y no la indecible inercia que le impide saltar al vacío. Tal vez haya que olvidar verdaderamente todo para no comenzar de nuevo.
Se abre esta oscura, extraña isla, el celo de las sirenas reclamando el naufragio, el silencio del monte como un ominoso templo, los secos cuarteles que inauguran el abra. La noche va cierta pero es un nido de estrellas y el cocuyo resalta cuando más ennegrece: la isla maldita que nunca se acaba no es más que otro exceso de la palabra renunciando a sí misma. Lo sabemos. Lo sé. Mas cuesta entenderse si no le ponemos un nombre imposible, y cuesta nombrarla sin que nos defina la maldición del agua. Por detrás de mí, y hacia delante, solo existe esta isla.