Carmen

2022.09

A sus cuarenta años Carmen no podía conseguir que su hija le alcanzara un vaso con agua. Esas son cosas de la edad, solía decirse con la infinita paciencia de quien no ha esperado nada de la vida. Carmen no había sido una mujer feliz, pero había apostado por calmar su sed en la generosidad de su única descendencia, a costa de no proyectar un ápice de egoísmo o de molestia. Ahora voy, le respondía inmediatamente la hija, saturada en otras tareas tan ajenas como ella misma. No era tal vez la edad, lo cual Carmen no supo distinguir mientras pasaba el tiempo. Ahora tenía cincuenta años y aún no lograba beber el vaso con agua que le había pedido; puede que quizás esté muy ocupada, se dijo esta vez, y recordó tanto sacrificio que le abatió durante sus años mozos, cuando su frescura se escurría entre tantos trabajos. Pero no era así el caso de su hija, quien luego de acabar cualquier asunto trivial se iniciaba en otro parecido olvidando la solicitud de su madre, sin más presión que esa. Carmen ya no sabía bien a qué se debía tanto desdén, ya tenía sesenta años arándole las arrugas y la garganta seca. Debe estar enamorada, pensó que podría ser eso. Su hija conservaba su juventud intacta y por el portal de la casa llovían elogios y susurros que la distraían constantemente. Sin embargo, qué amor invisible le atormentaba el juicio y la memoria, si en todo ese tiempo no se había separado ni un metro de Carmen. La infeliz no tenía ninguna respuesta y miraba la paz de su hija joven con ganas de llorar y beber sus propias lágrimas, sin tener que renunciar a su pesada apuesta ni sucumbir a una desesperada sed que le removía sus setenta años. Ya voy, le oía decir y se le alumbraba el rostro por un rato, hasta que el tiempo le despejaba la alegría viendo que su hija comenzaba a realizar cualquier otra tarea, menos servirle el final de su martirio. Hija mía, ven… y la joven se le acercó mirando hacia otra parte, perdida y sin entender la pausa brusca en la voz de Carmen, fallecida ahora, a sus ochenta años, sentada y sin ver a su lado el tibio vaso con agua.

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